MIAL

Este mundo no está hecho para los disidentes, es decir, para aquellos trasgresores que quieren ir contra corriente ofreciendo su  propia opinión única y personal a aquellos que tengan a bien leerla o escucharla. Desde luego, que no. En la actualidad eso no es posible porque siempre se impone la masa sobre los valores individuales. Se busca la creación de un pensamiento único y homogéneo, eliminando y debilitando así las voces discordantes. Casi siempre prevalece el consenso sobre los rasgos esenciales del orden social y aquellos que luchan por los ideales individuales se les hace creer que están solos y se intenta, por todos los medios, hacerles volver al “redil”, o por el contrario sufrirá la dura exclusión social.

Qué importa que absolutamente todas las constituciones y declaraciones de derechos universales reconozcan como derechos fundamentales el de la libertad de expresión de opiniones, ideas, creencias… Eso da lo mismo porque si quieres exponer tu propio pensamiento ante los demás serás censurado o cuanto menos criticado, especialmente si opinas en contra de su posición.

A esto debemos añadir que como sostiene Asunción Bernárdez Rodal en La publicidad como contrato comunicativo, “los juicios estéticos tienen una particularidad: la relación axiológicos  entre el gusto y el disgusto no son simétricas”. Es decir,  quien dice “esto no me gusta” aparece como “cargado de razón”, más legitimado que el que dice “me gusta”. De otro modo, el que admira algo coloca a ese algo en un estadio superior, mientras que el que lo desprecia, lo sitúa en un orden inferior. Por lo tanto, cuando dos personas disienten en cuanto al criterio estético frente a un objeto, la que desprecia se sitúa en un nivel superior. Esto también podría trasladarse a la concepción de que si la masa o “rebaño desconcertado”, que decía Chomsky, tiene una opinión determinada, al ser la de la mayoría esta es la cobra “el peso de la razón” frente a la de los individuales.

Entonces,¿Para qué buscarnos problemas? Mejor guardemos nuestros pensamientos para nosotros mismos. Autocensurémosnos porque en esta sociedad no hay cabida para el diálogo, para la confrontación de opiniones. Por supuesto que no porque el debate se confunde con el combate, y la exposición de nuestras ideas se interpretará como ataques personales contra aquel que difiere de nosotros.


Solamente hay lugar para el consenso. Por lo tanto, si la mayoría cree que esa película o ese libro es maravilloso, deberá serlo; si considera que este presidente del gobierno es el más indicado, pues lo será; si todos piensan que debemos tirarnos por un puente, pues tirémonos. No seré yo quién exprese que a mi la película me aburrió, o que a mí personalmente me gustaba ese otro presidente. No lo diré porque es más fácil callar y asentir. Uno se busca menos complicaciones así. Si a tu grupo de amigos le gusta llevar el pelo azul, tíñetelo tú también aunque no te siente del todo bien. Si la gente se va de vacaciones a la playa, da igual que tú prefieras ir a la montaña. Ante todo tenemos que estar integrados en el grupo, en la sociedad, cumpla o no tus expectativas.

Lo siento mucho sociedad pero yo no puedo, ni he podido nunca actuar de ese modo. Yo diré lo que ronda por mi mente guste o no. Eso sí, siempre con justificación y pleno conocimiento de aquello que critico (positiva o negativamente), porque solo así podré sustentar mis afirmaciones.  Y es que la opinión requiere también una responsabilidad. No es hablar por hablar, ni fruto de un impulso o emoción. No, es algo más trascendente que requiere ciertas dosis de valor, sobre todo cuando, a la vista está, no se puede hacer hoy en día en plena libertad.  Por eso, me encantaría que tú que me lees te sintieras libre, que pensaras por ti mismo y me dijeras qué crees con total y completa libertad. No seré yo quien te censure. Pero, ¿me censurarás tú a mí?
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