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En este momento en que la oferta cinematográfica resulta bastante pésima y cada vez es más difícil encontrar una buena película en la cartelera, se consolida con más fuerza que nunca un género que algunos vienen a considerar ya como el Noveno Arte por encima de “otros candidatos como el cómic (aunque éste ya parece haberse quedado con la denominación de "noveno arte"), la radio (que ya no tiene nada que ver con las maravillas que se hacían en las ondas antes de que la televisión "acabara" con ella) o desde luego, los vídeojuegos”. Nos referimos a las series de televisión que sin ser obviamente una nueva invención -El 15 de agosto de 1932 la CBS norteamericana transmitió la primera serie de televisión del mundo llamada Revista Mundial- nunca antes en su historia habían alcanzado las dimensiones actuales hasta el punto de casi sustituir al Cine.

Las razones de su creciente importancia pueden hallarse, entre otras muchas, en los nuevos estilos de vida de nuestra sociedad. Debido a nuestro ritmo de vida plagado de responsabilidades profesionales y personales el tiempo que tenemos para dedicar al ocio se reduce considerablemente, y esto es una ventaja de la que se han sabido aprovechar las series cuya duración no suele sobrepasar la hora. Mientras tanto, y de manera inexplicable, las películas son cada vez más largas cuando a menudo esto no está ni siquiera al servicio de la trama.
Por otro lado, ante la crisis económica que atravesamos las familias no pueden permitirse pagar una entrada que cada vez es más cara- el precio de los tickets supera ya ¡!los 6 euros!!- . La televisión, en cambio, permite ver las series de manera gratuita aunque si realmente quieres ver una buena serie tienes que o bien esperar un tiempo hasta que las canales convencionales las emitan- afortunadamente algunas cadenas como Cuatro apuestan por las buenas series-, o si la impaciencia te puede, abonarte a las plataformas de televisión digitales. No obstante, si no puedes permitírtelo siempre podrás acudir a Internet…

Las nuevas tecnologías han sido sin lugar a duda el verdadero motor de las series de televisión logrando su popularización. Gracias a los diferentes programas de descarga gratuitos y fáciles de usar el acceso a las series se ha democratizado casi totalmente y por fin podemos disfrutarlas en todas partes del mundo sin la hasta ahora horrible espera.

 
La tendencia es a importar series extranjeras que en su mayor parte proceden del mundo anglosajón, con EE.UU. a la cabeza. Su atractivo se halla en que las hay para todos los gustos: las policiales como 24, Prisión Break o CSI; las históricas como los Tudor o Roma; los dibujos animados de los Simpsons, Futuraza o Padre de Familia; las fantásticas como Supernatural o Perdidos; las juveniles de Gossip Girl o One Tree Hill, por nombrar alguna de las que se han convertido en verdaderos fenómenos sociales.
Muestra de este fenómeno son las miles y miles de páginas web, foros, etc. que se dedican a este género. Como señala el periodista y escritor Hernán Casciari en su blog al hablar de Perdidos: “Quién lo iba a decir: la muerte del cine reinventa y mejora al cine. El cine es soledad, esto en cambio es “vivir juntos”, no es “morir solos”. Salir disparado a los foros después de un episodio, para reformular teorías. Hacer revisionismo”.

Este es el verdadero poder de las grandes series; imitando la vieja fórmula de las novelas de folletines, te enganchan y se vuelven realmente adictivas. Su fuerza es tal que consiguen monopolizar las conversaciones en la calle, en los bares, en las reuniones de amistades…

¿Estaremos ante el génesis de un nuevo tipo de arte o no es más que una moda pasajera como tantas otras? No lo sé. Lo que es innegable es que algunos productos televisivos alcanzan tal calidad cinematográfica -con todo lo que ello comporta- que bien podrían considerarse auténticas piezas de arte a la altura de obras maestras clásicas del Cine.
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El Newseum es un museo en el que los visitantes podrán disfrutar de una experiencia interactiva con la que descubrir el pasado y presente de los medios de comunicación, así como las tendencias futuras en este ámbito. En tan sólo un año –fue inaugurado el 11 de abril de 2008- el Newseum ha logrado convertirse en uno de los favoritos de los turistas de Washington DC y es visita obligada para periodistas y todos aquellos interesados en el mundo del periodismo.

Está situado en un impresionante edificio de arquitectura contemporánea a medio camino entre la Casa Blanca y el Capitolio y atesora quinientos años de periodismo: 35.000 primeras páginas de periódicos históricos a lo largo de 500 años; 3.800 imágenes, incluidas fotos, historietas y gráficos; 1.638 pases de prensa y 1.000 primeras páginas de periódicos históricos y revistas, accesibles a través de 10 stands interactivos.

El director ejecutivo del Newseum, Joe Urschel, explicó en su apertura a la Agencia EFE que el objetivo de este museo es “ayudar a la gente a entender mejor el papel de una prensa libre”. Como muestra de su misión, una enorme placa de 50 toneladas de mármol Tennessee en su fachada reproduce el texto de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que defiende la libertad de prensa, expresión y religión, así como el derecho de reunión. Y no se duda en recordar a los visitantes que la guerra civil estadounidense (1861-1865) fue la primera ocasión en la que un gran número de reporteros independientes cubrió la misma historia. Como explica EFE en su artículo, dentro del museo también queda claro el mensaje: “Las noticias son necesarias para que la democracia funcione”, apunta una de las leyendas inscritas en el interior de la construcción que incluye 14 salas de exhibiciones, librerías, tiendas, 25 teatros, restaurantes, monumentos a los mártires del periodismo en el mundo y exhibiciones didácticas donde se divulgan las noticias del mundo junto a las portadas diarias de 51 países de todos los continentes. Los diarios españoles presentes en Newseum son: Diario de Burgos, El Mundo, El País, La Vanguardia, Público, El Punt (Barcelona), Avui (Barcelona), El punt (Tarragona) y Granada Hoy.

La pieza más antigua en exhibición tiene 3.262 años y es una piedra con escritura cuneiforme. Sin embargo, las piezas más abundantes en el museo son documentos pertenecientes a la historia de los Estados Unidos: desde fotografías del famoso caso de espionaje político conocido como Watergate, que destapó el diario The Washington Post y que costó la presidencia a Richard Nixon; hasta otros recortes de periódicos y crónicas televisivas que dan cuenta de eventos más recientes, como los atentados del 11 de septiembre del 2001.

Precisamente, en la exposición hallamos los restos de la antena de comunicaciones que coronaba las Torres Gemelas y que en su momento llegó a ser el punto más alto de Nueva York. Ahora, por el contrario, es un retorcido trozo de acero y un triste recuerdo de la tragedia del 11-S. “A su alrededor, un soporte circular blanco reproduce los boletines urgentes que las agencias de noticias internacionales enviaron ese día relatando lo ocurrido, entre ellos uno que se mandó pasadas las 10.00 de la mañana locales cuando se desplomó la torre sobre la que se erguía la derruida antena” informa EFE.

Así mismo, “hay espacio para la autocrítica, al dejar constancia de errores, plagios, coberturas tendenciosas y otros pecados de la profesión” y el museo mira también al futuro en su sala de periodismo digital, en la que se muestra el imparable avance de las nuevas tecnologías y su profundo efecto sobre el ciclo informativo.

No obstante, no cabe duda de que una de las mayores atracciones para los visitantes son los sets de Televisión, radio y prensa donde pueden jugar a ser reporteros por unos momentos así como grabar videos, audios e imprimir. Tampoco podemos olvidar las interesantes exposiciones temporales que se celebran para conmemorar aniversarios históricos tales como la llegada del hombre a la luna, o actos especiales relacionados con grandes eventos informativos como por ejemplo las elecciones norteamericanas.
Por último, no hay museo que se precie que no tenga su propia tienda de regalos y el Newseum no podía ser menos. Entre los curiosos objetos que se pueden comprar destacaría los documentos históricos como las copias de la Declaración de Independencia, la Bill of Rights o la portada del NY Tribune anunciando el hundimiento del Titanic. Sin embargo, lo más vendido del museo son las no menos originales tazas y camisetas con leyendas tan “periodísticas” como las siguientes: “Trust me…I´m a reporter”, “Not tonight dear…I’m on deadline” o “Boys lie, evidence doesn’t”.

Para aquellos que no pueden visitar in situ el museo informarles de que puede ser visitado virtualmente desde su sitio oficial http://www.newseum.org//.
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Cuando en el otoño de 1942, la joven Traudl Junge fue elegida para trabajar como secretaria privada de Adolf Hitler poco podía sospechar lo que esta circunstancia supondría.
Traudl, que se manifestaba apolítica, recuerda en el documental La Secretaria de Hitler. En el Ángulo Muerto que su primer encuentro con el Führer fue muy tranquilo y que él se mostró amable y paternalista: “Siempre tuvo una actitud paternal hacia mí. Yo, que no tuve padre (sus padres se divorciaron cuando ella era pequeña), nunca había sentido algo parecido. Era seguridad y protección” explicaba la secretaria. Esto hizo que, como ella misma señala, tardara en madurar al adaptarse tan bien bajo esa figura paternal. “Cuando me contrató, sólo me hizo una observación. Me dijo que yo era muy bonita, y que las mujeres bonitas se casaban muy rápidamente y renunciaban a sus trabajos. Me hizo una broma y me dijo que me convenía afearme “como una negra”, que me deformara los labios. Pero yo le dije que no debía preocuparse. Que en mis 22 años de vida jamás había conocido un hombre, y que así continuaría. Y él se rió mucho cuando me escuchó. ¿Cómo fui capaz de decir algo así?”. Con esta anécdota, la señora Junge pretende dar muestras de la inocencia de una muchacha sumisa que siempre se mantuvo al margen de los proyectos megalómanos y de la criminalidad del dictador: “Nunca tuve sensación de que Adolf Hitler persiguiera objetivos criminales. Para él eran ideales”.


La secretaria personal, que estuvo en contacto casi diario con él durante tres años, hasta el suicidio del dictador alemán en el búnker, sólo reconoce al amable caballero que hablaba en voz baja y que poco se ajustaba a la figura vociferante de su imagen pública. De este modo, en el documental se nos traza a través de las palabras de la mujer un perfil de Hitler hasta ahora desconocido que no tiene prácticamente nada que ver con el genocida que ahora todos conocemos. En las imágenes vemos a una anciana que mira el pasado y se siente culpable por haber trabajado para un hombre que ella admiraba tanto y por aceptar tan irreflexivamente todo. Traudl tiene claro que Hitler era un criminal aunque ella dentro de su “ceguera”, su indiferencia o su desprotección, antes comentada, no se diera cuenta. El testimonio de Traudl nos hace pensar que muchos de los que trabajaban para Hitler carecían de la información sobre lo que realmente ocurría, aunque sin embargo, ésta no era imposible de conocerse. Es más, la secretaria asegura que pudo haberse enterado de muchas cosas, pero que no lo hizo. Por esta razón, si bien cuenta su historia personal, de alguna manera, la secretaria de Hitler sugiere también a los otros, y no sólo a la población alemana de la época o a su propia generación, sino a todos los hombres y mujeres, a su peligrosa apatía, su inconsciencia y su comodidad que es la causa de que no se cuestionen las situaciones y las acepten sin más, como si fueran ajenas a sus personas: ¿está dispuesto el hombre a observar, reflexionar y tratar de comprender la realidad que se muestra ante sus ojos?

El desconocimiento por parte de Traudl, achacado a su supuesta ingenuidad, le conduce al sentimiento de culpa ahora que ya conoce la verdad. “A medida que envejezco, más culpable me siento. No ignoro nada de lo que ocurrió, la muerte de seis millones de judíos, el exterminio de gente de otras confesiones e ideas. He leído mucho, y no puedo perdonarle a esa joven que fui haber aceptado ese trabajo. Yo pude haberlo rechazado, pero no lo hice. Hitler fue un absoluto criminal” apostilló Trauld.

Con declaraciones de tal rotundidad y fuerza, no se hace extraño que el rasgo distintivo de este documental sea su pronunciado rechazo a cualquier clase de intervención sobre el testimonio de Traudl Junge. No se muestran ni reconstrucciones del pasado, ni tomas reales en blanco y negro de aquel momento histórico, ni siquiera se han aprovechado fotografías del álbum personal de la testigo que parecieran restar monotonía y enriquecer el discurso. Tampoco se usa ningún tipo de música, sonido o imagen relacionada con el Führer. En este caso, todos esos recursos se hacen innecesarios. La cámara se limita a mostrar a la mujer sentada en una silla relatando desde sus comienzos el trabajo de secretaria de Hitler hasta los caóticos momentos finales del régimen, porque la verdadera fuerza del documental reside en el relato. Por ello, bastan los primeros planos de un rostro, una voz anciana, marcada por una experiencia singular y terrible y sobre todo, la voluntad de aventurarse en la memoria para rememorar la propia conducta, “exorcizar los fantasmas de la culpa y exponer ese proceso a la mirada de los otros” como apuntan los directores de este poderoso y conmovedor documento histórico ante el que nos encontramos.

Como vemos, Traudl se muestra incapaz de perdonar a esa joven que una vez fue y que bien por candidez, bien por ignorancia, la llevaron a venerar a Hitler. Pero al mismo tiempo, trata de justificarse ante la audiencia y explicar el por qué de sus actos siempre mirando fijamente al objetivo de la cámara, sin ocultar la mirada. En sus ojos podemos ver la plasmación de su sentimiento de dolor, la tristeza o la misma impotencia que a medida que avanza la película se va traduciendo en alivio y en la búsqueda de la complicidad del interlocutor en miras de alcanzar su ansiada redención. Pero el perdón, que ya no tanto deseaba Junge, sino que realmente necesitaba, no se hallaba en los demás, sino en ella misma como demuestra un último mensaje suyo a los realizadores del documental poco antes de morir: “Creo que ahora estoy empezando a perdonarme”. Únicamente, una vez se hubo librado de esta pesada carga que arrastró en silencio durante tantos años, pudo descansar en paz.
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El instinto visionario de Rupert Murdoch, que tan buenos resultados le ha proporcionado, a juzgar por la magnitud de la industria de los medios de comunicación que ha logrado forjar, le ha hecho centrar sus miras en la que podría ser la nueva apuesta de futuro periodística: la información económica. La mejor muestra de ello es la adquisición, en 2007, de uno de los periódicos económicos con más peso y más influyentes a nivel mundial, The Wall Street Journal.

En el mes de mayo de 2007, Rupert Murdoch lanzó una oferta a la compañía Dow Jones, valorada en 5.000 millones de dólares (3.700 millones de euros). Esto suscitaría la crítica de uno de sus principales accionistas por considerar que, de prosperar, dañaría la independencia editorial del grupo, como ya había ocurrido con anterioridad en prestigiosos diarios como el periódico con más tirada del mundo, News of the Worlds, The New York Post o, el periódico de calidad, prácticamente desde sus orígenes, que leen los más altos dirigentes y agentes de la política, la sociedad y la economía, The Times. Al mismo tiempo, el accionista, James Ottaway, acusó al Consejero delegado de News Corporation de utilizar su imperio mediático para fortalecer su capacidad de influencia política y personal.

Efectivamente, es de sobra conocido el fuerte vínculo que se establece entre el presidente de News Corporation y la política. “Murdoch es un adicto al poder, le encanta relacionarse con la gente poderosa. Por ello, se hizo amigo de alcaldes, presidentes, ministros…” reconoce uno de sus mejores amigos en el documental ¿Quién teme a Rupert Murdoch? Más concretamente, Rupert es considerado como un defensor de la ideología conservadora en la política de Occidente. Sus medios de comunicación suelen mantener posiciones “euroescépticas”, “anti-francesas”, en favor de Israel y de EEUU. “Mis empresas comerciales no son tan importantes para mí como extender mis creencias políticas”, dijo Murdoch en una entrevista de The Hollywood Reporter. “Quizás sea porque tiene una gran habilidad para cultivar políticos o porque consigue a los más ingeniosos y crueles periodistas para poner presión sobre ellos” como indica Antonio Maqueda en El Economista, pero el caso es que ha conseguido que muchos grandes políticos necesiten su respaldo para lograr su ascenso al poder. No obstante, una vez concede su apoyo, Murdoch no tarda mucho en pedir algo a cambio. Un claro ejemplo de ello fue cuando en 1986, la prensa de Murdoch apoyó a Margaret Thatcher durante el escándalo de la compañía Westland, y aprovechándose del “favor que le debía” el Gobierno británico, Murdoch lanzó el “guante” a los sindicatos en Reino Unido. Otro ejemplo de cómo su ideología impregna sus medios es el hecho de que Murdoch se manifestara claramente a favor de la guerra en Irak haciendo que todos sus periódicos también, y no ocultó el por qué: “Lo mejor que podría salir de esta guerra para la economía mundial sería un barril de petróleo a 20 dólares, mayor que ninguna rebaja fiscal”, explicó Murdoch, en la revista australiana The Bulletin. Por ello, los republicanos estadounidenses son los grandes beneficiados por las tendencias de Murdoch. “Aparte de sus donaciones, su canal de noticias, Foxnews, ha inclinado la balanza a favor de los conservadores, registrando grandes audiencias con una cobertura abiertamente populista y de derechas. Como muestra, Murdoch avaló públicamente a Bush tanto en 2000 y 2004” recoge El Economista.



La razón por la que se une a los políticos es que Murdoch alinea sus intereses con aquellos que puedan favorecer sus negocios, a veces, incluso con los demócratas, pero no sólo persigue la obtención de mejoras económicas sino que quiere también otro tipo de beneficios: sociales, políticos… Es un gran oportunista, y capta lo que necesita el público. El propio Murdoch no duda en reconocer que lo que él mismo busca es entretener a la audiencia y no le importa si para ello tiene que bajar la calidad periodística y ofrecer mayores dosis de amarillismo o diversificarse hacia el sector del entretenimiento, por ejemplo, comprando los equipos de baloncesto Los Ángeles Lakers y New York Knight. Según el gran magnate, hay que “producir mejores periódicos, esto es, periódicos que la gente quiera leer. Dejar de escribir artículos para ganar Premios Pulitzer. En conclusión, darle a la gente lo que quiere leer y hacérselo interesante”.

En la consecución de ese objetivo, para él los negocios son igual a las guerras y ganar es lo que cuenta. Lo único que le interesa son las cantidades, las ventas y no hacer un periodismo mejor y de mayor calidad aunque él por el contrario, reconozca que “las noticias, comunicar informaciones e ideas son mi pasión. Y dar a la gente opciones para que tengan dos periódicos para leer y más de un canal de televisión”. Esto explica que no parara en su empeño hasta que finalmente, pese a los intentos de bloqueo de la oferta por parte de Christopher Bancroft (miembro de la familia que poseía el 64% de los votos de los accionistas) y aunque los propios periodistas del célebre diario se manifestaron en contra de esta compra, en agosto de 2007, News Corporation se hizo con The Wall Street Journal y es más, a finales de año, se hace con la anterior editora del periódico, Dow Jones. “Murdoch siempre arriesga, nunca va a lo seguro y generalmente gana” afirman fuentes cercanas al empresario.

Estas adquisiciones venían a añadirse al portal financiero Factiva que News Corporation había comprado recientemente a Reuters y, no debemos olvidar que Dow Jones es propietaria también de la Web financiera MarketWatch con lo que se refuerza su estrategia de consolidación en el periodismo económico. Pero la idea de Murdoch para su Imperio era aún más ambiciosa, porque en ese mismo año lanzaría una cadena de televisión especializada en información económica y financiera, usando la plataforma de Fox News, que compite con CNBC y Bloomberg y que recibe el nombre de Fox Bussiness Network.

“El mundo está cambiando de manera muy rápida. Sin embargo, el grande no se comerá al pequeño sino que será el más rápido el que se impondrá sobre el lento” señala Rupert Murdoch. Por esta razón, no duda en situarse a la vanguardia de sus competidores para tratar de superar una de las mayores crisis de la historia de la prensa en EE.UU. A pesar de las fuertes pérdidas que ha tenido News Corporation, que provocarán importantes recortes de personal en su Imperio (inclusive dentro de The Wall Street Journal, aunque sea el único diario que ha conseguido aumentar su tirada en EE.UU.), Murdoch ha reiterado que él tiene fe en los periódicos. Opina que “nunca ha habido un mayor apetito de noticias”, reconoce que puede que incluso tengan suerte de no tener tanta competencia y recuerda que con “cada recesión, mayor o menor, hemos sobrevivido al pánico y hemos salido fortalecidos”.

Algunos analistas de prensa no san tan optimistas dado que creen ver la posición de Murdoch como rey de los medios en declive. Muestra de ello es que el sistema de televisión vía satélite que ha reunido en veinte años de duro trabajo podría venirse abajo en breve como consecuencia de intentos de otras compañías de competir fuertemente contra él, e incluso de arrebatarle a Murdoch importantes porcentajes dentro de su propia empresa como por ejemplo John Malone, multimillonario de la industria de la televisión por cable.

Al mismo tiempo, “los analistas de Wall Street -como indica Rik Kirkland en su artículo para Foreign Policy- no comparten la visión que tiene la opinión pública del enorme poder de Murdoch”. A principios de mes informó el cierre de su primer semestre fiscal con una pérdida neta de 5.902 millones de dólares, incluidos cargos extraordinarios, frente a una ganancia de 1.564 millones en igual periodo del ejercicio anterior. Si las pérdidas de News Corporation siguen incrementándose, Rupert pronto podría ser “el más poderoso coloso de los medios de ayer” como expresa Kirkland. Pero allegados al “gran visionario” reconocen que aún tiene muchos “ases guardados en la manga” por lo que habremos de esperar al futuro para ver si el dominio informativo e influencia de Rupert Murdoch se mantendrá otras veinte décadas más o si por el contrario, con una nueva generación de la familia Murdoch vendrá la caída de este gran Imperio comunicacional que bien seguro “creará escuela”.