MIAL

Desde el inicio de los tiempos, la sociedad ha recurrido a los cuentos para tratar de inculcar los valores y principios fundamentales de la cultura en los niños.  Sin embargo,  la perspectiva desde de la que se explican estas historias está plagada de contenidos sexistas. De este modo, se ha difundido a un público indefenso como son los niños, y de generación en generación,  mensajes de carácter ético y moral que han provocado daños probablemente irreparables, especialmente, en lo que se refiere al rol femenino en nuestra sociedad. El problema es que en la actualidad algunos de los nuevos discursos literarios que más triunfan entre los adolescentes, pero también entre los niños, lejos de subsanar estos conflictos vienen a reproducirlos e incluso a reforzarlos aún más. Tal es el caso del fenómeno literario-cinematográfico Crepúsculo.


Sylvia Puentes de Oyenard en su libro “De Cenicienta a la Moza Tejedora: la mujer en los cuentos infantiles” analiza diferentes cuentos clásicos de la literatura infantil como son los de Hans Christian Andersen, los hermanos Grimm o Charles Perrault, con figuras femeninas como protagonistas llegando a la conclusión de que pese a los diferentes destinos, siempre se muestra el mandato de que la mujer debe ser virtuosa, moral, sumisa y vivir para hacer el bien.


En esta misma línea, Eugenia Tarzibachi habla, en su artículo “Con ese cuento a otra parte”, del éxito de los cuentos de princesas entre las niñas de todas las épocas, incluida en la actual, como demuestra “el rosa chicle que vemos en los escaparates de las jugueterías o en locales de ropa para niñas generalmente se acompaña de la imagen de las princesas (en versión Disney)”. Ella considera que a través de las narraciones tradicionales sobre princesas se nos señalan unos patrones de conducta femenina recurrentes: Las protagonistas de las historias son bellas, dulces, dóciles y dependientes; un rasgo de pasividad funciona como hilo conductor que enlaza estos relatos. Además de los rasgos mencionados, “se reitera la idea de la recepción del beso, el casamiento y su asociación con la imagen idealizada, permanente y aconflictiva, de la felicidad”.


En estas historias existen dos tipos de mujeres diferenciadas: unas son jóvenes bellas en posición de ser-para-otro (esto es, se definen por ser esposa, criada, hija…Nunca por ellas mismas); y las otras son mujeres feas, malvadas y crueles pero que también se encuentran en dependencia de un hombre o de la aprobación de la mirada del otro (Eugenia Tarzibachi pone como ejemplo, la metáfora de la pregunta al espejo de la madrastra de Blancanieves).


Pero, ¿por qué siempre tienen que ser guapas las princesas? ¿Se hace una criba de “mujeres imperfectas” no aptas para ser princesas? ¿O es que en la sangre azul hay algún tipo de componente genético que hace que siempre salgan bellísimas?  ¿Y por qué son tan cobardes y poco independientes que tienen que esperar a que venga el príncipe de turno a que las salve? Y esa es otra, ¿Por qué siempre están en apuros y necesitan ser salvadas de brujas, dragones, ogros, madrastras, etc.?


Precisamente, Eugenia Tarzibachi destaca este hecho: “Además de la pasividad, la dependencia femenina se escurre en las diferentes historias. Mujeres desgraciadas que son tuteladas (por sus padres ¡y hasta por los enanitos!) o que necesitan ser protegidas, rescatadas por los hombres. En estas narrativas pareciera que la exogamia se logra para las mujeres mediante el amor romántico y la institución familiar”. Pareciera que la mujer sin amparo masculino no podría sobrevivir, por ello: “antes casada, aunque sea con una bestia, que quedarme solterona”, menos mal  que como premio por fijarse en la belleza interior, (¡¡Tachán!!), la bestia o la rana se convierten, como no, en príncipe... (Menudo refuerzo positivo).


Cabría pensar que en el pleno siglo XXI, se ha producido un gran cambio en el ámbito de los principios morales y éticos. Pero si analizamos nuestro modelo de pensar veremos que aún no hemos superado esta barrera. Es más, aún hoy en día sigue imperando el mismo discurso que veíamos en los cuentos infantiles en novelas actuales como el boom de la saga para adolescentes Crepúsculo. 



Los fans de esta tetralogía, llevada también al cine (incrementando consecuentemente su éxito), o inclusive, los medios de comunicación divulgan la idea de que estos libros reflejan una gran historia de amor entre una adolescente y un vampiro. Sin embargo, si profundizamos más en la novela, nos damos cuenta de que el mensaje esencial que transmite se encuentra en directa relación con los valores negativos, y ciertamente machistas, que difundían las narraciones tradicionales que comentábamos.


La protagonista de Crepúsculo, Bella Swan, es una adolescente de 16 años flacucha, vulgar, introvertida, tranquila y dócil. Bella, presenta tan alarmante falta de autoestima y se quiere tan poco así misma, que está obsesionada con que “es tan poca cosa” que no se explica cómo un “adonis” como el vampiro de sus deseos, Edward Cullen, se enamore de ella.


Otro aspecto que comparte con los cuentos de princesas es que se encuentra en situación de total dependencia masculina. Muestra de ello es que vive por y para su enamorado, hasta el punto de que si él la abandona, no tiene reparos en tratar de suicidarse.  Tampoco le importaría tener que marcharse sin despedirse de su familia, amigos, en definitiva, abandonar toda su vida para poder pasar la eternidad bajo la protección de su amado, incluso cuando ello implique la conversión vampírica. Y por supuesto, como buena princesa, constantemente necesita ser salvada de las situaciones más peligrosas. Y si su vampiro no puede socorrerla… ¡no hay problema! porque allí está su mejor amigo el hombre lobo o su padre para ayudarla.  


Con este mensaje que se sigue transmitiendo a la humanidad, ¿podremos las mujeres ir a “otra parte”, como expone Eugenia Tarzibachi? ¿Podremos superar estas concepciones patriarcales y lograr una verdadera igualdad de sexos? ¿O estamos condenadas a perpetuar los mismos patrones sociales?