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Desde hace unos meses el Ayuntamiento de Madrid está llevando a cabo obras de mejora en el entorno de la Plaza de las Cortes. Esto es algo nada inusual en la capital española, como bien saben conductores y peatones que sufren,  permanentemente y en diferentes zonas al unísono, los numerosos trabajos de mejorara de carreteras, peatonalización de calles, construcciones de túneles para descongestionar el tráfico o de estaciones de metro, etc. Como dijo aquel famoso actor de Hollywood, cuyo nombre en este instante no recuerdo: “Madrid es una ciudad muy bonita pero lo será aún más cuando dejen de buscar el tesoro”. El actor no iba tan mal encaminado…


Precisamente, lo extraordinario es que sin el expreso propósito de buscar ese tesoro muchas veces se halla: gracias a estas obras se está descubriendo de manera azarosa un Madrid oculto de incalculable valor arqueológico. De este modo, se encontraron las murallas árabes del siglo XI, junto a la cripta de la Catedral de la Almudena; los más de 5000 restos paleontológicos de hace 14 millones de años en la estación de metro Carpetana; La Iglesia del Buen Suceso, bajo la Puerta del Sol; y los cuantiosos hallazgos de la M-30, entre otros muchos.

El último y fascinante descubrimiento ha tenido lugar esta semana frente al edificio madrileño del Congreso de los Diputados, en la Carrera de San Jerónimo. Bajo el pedestal de la efigie del universal escritor Miguel de Cervantes, la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid extrajo un cofre de plomo sellado herméticamente.


Durante varios días se especuló con que contuviera elementos conmemorativos de la inauguración del propio palacio del Congreso, dada la proximidad entre el grupo escultórico y el hemiciclo (unos 30 metros en línea recta) o bien, retuviera algunos materiales vinculados al propio escritor cuyo cadáver, por cierto, desapareció en el siglo XIX aunque se cree con cierto fundamento documental que se encuentra en algún lugar del recinto conventual de las Trinitarias, un cenobio situado en el barrio de las Letras, a medio kilómetro aproximadamente de la estatua.

Por fin está tarde el misterio ha sido resuelto por el Museo Arqueológico Regional (MAR) de Alcalá de Henares y el contenido de esta “cápsula del tiempo” no es menos sorprendente de lo que se esperaba. Según informa la Agencia EFE, la urna albergaba cuatro tomos de El Quijote del año 1819, un ejemplar del Estatuto Real para las Cortes del Reino de 1834, ediciones de la Gaceta de Madrid (actual BOE), un Diario de Aviso de Madrid de ese mismo año, un libro calendario manual y guías de forasteros, editado en la Imprenta Real; una biografía del General Mina, guerrillero español que luchó en la guerra de la Independencia y fue fusilado en 1817 en México; un manuscrito, algo más deteriorado; un libro sobre la vida de Cervantes y ocho paquetes pequeños, que probablemente sean monedas de ese periodo.


La colección se completaba con dos libros más, junto a seis láminas de 1831 con retratos de Isabel II de niña y de Manuel Martínez Varela, el mecenas que financió la colocación de la estatua de Cervantes, que da la casualidad de que fue la primera dedicada a un personaje civil que se instaló en Madrid.

 “Todos estos documentos se hallaban en perfecto estado de conservación” expusieron los técnicos del MAR “gracias a que dentro del primer cofre había otra caja de vidrio, y a un producto químico tóxico con que se impregnaron los papeles para prevenirlos del posible desarrollo de insectos y microorganismos”.

Parece ser que el entierro de este tipo de objetos responde a una práctica común en la época, dado que se conoce que bajo la estatua de Isabel II, ubicada en Opera, se encuentra una caja similar, que no ha sido extraída. Esta otra “cápsula del tiempo” contiene varias monedas, diarios de la época y una copia del acta de la ceremonia de la instauración de la estatua, entre otros objetos.


¿Habrá más cofres bajo los otros muchos monumentos que se hallan en la capital? ¿Habrá alguna bajo el Quijote y Sancho Panza de la Plaza de España? ¿Y bajo los veinte reyes godos que decoran la de la Plaza de Oriente frente al Palacio Real? ¿O bajo la escultura ecuestre de Felipe III en la Plaza Mayor?


¿Cuántos más tesoros estarán escondidos en el subsuelo madrileño?


Es un enigma digno de un nuevo best-seller de novela histórica. Que tome nota Dan Brown, o en su defecto algún novelista patrio. Desde luego, tiene el éxito asegurado.
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