MIAL
Cuando en el otoño de 1942, la joven Traudl Junge fue elegida para trabajar como secretaria privada de Adolf Hitler poco podía sospechar lo que esta circunstancia supondría.
Traudl, que se manifestaba apolítica, recuerda en el documental La Secretaria de Hitler. En el Ángulo Muerto que su primer encuentro con el Führer fue muy tranquilo y que él se mostró amable y paternalista: “Siempre tuvo una actitud paternal hacia mí. Yo, que no tuve padre (sus padres se divorciaron cuando ella era pequeña), nunca había sentido algo parecido. Era seguridad y protección” explicaba la secretaria. Esto hizo que, como ella misma señala, tardara en madurar al adaptarse tan bien bajo esa figura paternal. “Cuando me contrató, sólo me hizo una observación. Me dijo que yo era muy bonita, y que las mujeres bonitas se casaban muy rápidamente y renunciaban a sus trabajos. Me hizo una broma y me dijo que me convenía afearme “como una negra”, que me deformara los labios. Pero yo le dije que no debía preocuparse. Que en mis 22 años de vida jamás había conocido un hombre, y que así continuaría. Y él se rió mucho cuando me escuchó. ¿Cómo fui capaz de decir algo así?”. Con esta anécdota, la señora Junge pretende dar muestras de la inocencia de una muchacha sumisa que siempre se mantuvo al margen de los proyectos megalómanos y de la criminalidad del dictador: “Nunca tuve sensación de que Adolf Hitler persiguiera objetivos criminales. Para él eran ideales”.


La secretaria personal, que estuvo en contacto casi diario con él durante tres años, hasta el suicidio del dictador alemán en el búnker, sólo reconoce al amable caballero que hablaba en voz baja y que poco se ajustaba a la figura vociferante de su imagen pública. De este modo, en el documental se nos traza a través de las palabras de la mujer un perfil de Hitler hasta ahora desconocido que no tiene prácticamente nada que ver con el genocida que ahora todos conocemos. En las imágenes vemos a una anciana que mira el pasado y se siente culpable por haber trabajado para un hombre que ella admiraba tanto y por aceptar tan irreflexivamente todo. Traudl tiene claro que Hitler era un criminal aunque ella dentro de su “ceguera”, su indiferencia o su desprotección, antes comentada, no se diera cuenta. El testimonio de Traudl nos hace pensar que muchos de los que trabajaban para Hitler carecían de la información sobre lo que realmente ocurría, aunque sin embargo, ésta no era imposible de conocerse. Es más, la secretaria asegura que pudo haberse enterado de muchas cosas, pero que no lo hizo. Por esta razón, si bien cuenta su historia personal, de alguna manera, la secretaria de Hitler sugiere también a los otros, y no sólo a la población alemana de la época o a su propia generación, sino a todos los hombres y mujeres, a su peligrosa apatía, su inconsciencia y su comodidad que es la causa de que no se cuestionen las situaciones y las acepten sin más, como si fueran ajenas a sus personas: ¿está dispuesto el hombre a observar, reflexionar y tratar de comprender la realidad que se muestra ante sus ojos?

El desconocimiento por parte de Traudl, achacado a su supuesta ingenuidad, le conduce al sentimiento de culpa ahora que ya conoce la verdad. “A medida que envejezco, más culpable me siento. No ignoro nada de lo que ocurrió, la muerte de seis millones de judíos, el exterminio de gente de otras confesiones e ideas. He leído mucho, y no puedo perdonarle a esa joven que fui haber aceptado ese trabajo. Yo pude haberlo rechazado, pero no lo hice. Hitler fue un absoluto criminal” apostilló Trauld.

Con declaraciones de tal rotundidad y fuerza, no se hace extraño que el rasgo distintivo de este documental sea su pronunciado rechazo a cualquier clase de intervención sobre el testimonio de Traudl Junge. No se muestran ni reconstrucciones del pasado, ni tomas reales en blanco y negro de aquel momento histórico, ni siquiera se han aprovechado fotografías del álbum personal de la testigo que parecieran restar monotonía y enriquecer el discurso. Tampoco se usa ningún tipo de música, sonido o imagen relacionada con el Führer. En este caso, todos esos recursos se hacen innecesarios. La cámara se limita a mostrar a la mujer sentada en una silla relatando desde sus comienzos el trabajo de secretaria de Hitler hasta los caóticos momentos finales del régimen, porque la verdadera fuerza del documental reside en el relato. Por ello, bastan los primeros planos de un rostro, una voz anciana, marcada por una experiencia singular y terrible y sobre todo, la voluntad de aventurarse en la memoria para rememorar la propia conducta, “exorcizar los fantasmas de la culpa y exponer ese proceso a la mirada de los otros” como apuntan los directores de este poderoso y conmovedor documento histórico ante el que nos encontramos.

Como vemos, Traudl se muestra incapaz de perdonar a esa joven que una vez fue y que bien por candidez, bien por ignorancia, la llevaron a venerar a Hitler. Pero al mismo tiempo, trata de justificarse ante la audiencia y explicar el por qué de sus actos siempre mirando fijamente al objetivo de la cámara, sin ocultar la mirada. En sus ojos podemos ver la plasmación de su sentimiento de dolor, la tristeza o la misma impotencia que a medida que avanza la película se va traduciendo en alivio y en la búsqueda de la complicidad del interlocutor en miras de alcanzar su ansiada redención. Pero el perdón, que ya no tanto deseaba Junge, sino que realmente necesitaba, no se hallaba en los demás, sino en ella misma como demuestra un último mensaje suyo a los realizadores del documental poco antes de morir: “Creo que ahora estoy empezando a perdonarme”. Únicamente, una vez se hubo librado de esta pesada carga que arrastró en silencio durante tantos años, pudo descansar en paz.
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